sábado, 14 de marzo de 2015

La Caja de la Semana Santa



Cuando uno, por aquello de la edad y los años de semanas santas vividas, creía haberse emocionado todo lo que se tenía que emocionar; cuando uno por las mismas razones, creía haber visto imágenes, rostros, manos, ornamentos, ángulos, hasta la saciedad, va un equipo de la creación audiovisual y te demuestra que eres un lego en la materia: que no habías visto ni la mitad de las cosas que hay que ver y que no te habías emocionado la mitad de veces que te podrías emocionar.

En cine, en televisión, en el audiovisual, puede que esté hecho todo. Pero siempre quedará en el aire la personal visión de los autores. Y aunque se utilicen las mismas técnicas, los mismos materiales, las mismas máquinas, los puntos de vista pueden cambiar y, sobre todo, prevalecerá siempre la sensibilidad de los creativos.

Una grúa, una cabeza caliente, se suelen utilizar para asustar, sorprender y marear al espectador… Pero cuando un artilugio de estos se utiliza con el sentido de lo dramático, de lo inesperado, de lo imposible de vivir y ver por tus propios medios, es cuando el factor emoción te arranca desde lo más adentro de tus entrañas y te pega el tirón. Y todo este razonamiento viene a partir de la contemplación de ese plano ascendente hecho con la grúa que recorre todo el cuerpo del Cristo del Cachorro desde los pies hasta llegar a la cara. A ese tipo de visión, a ese mágico y dramático recorrido –arte y tragedia- es prácticamente imposible que tenga acceso ningún mortal…

Cuando te introduces en la Caja de la Semana Santa, piensas que te vas a dar un paseo por algún lugar sorpresivo, que vas a vivir un espectáculo más o menos superficial realizado de cara a la galería. Cuando han transcurrido los primeros minutos –hay que dejarlos pasar con tranquilidad- notarás una especie de cerrazón. La caja te rodea, te guarda y quedas preso. Y entonces descubres que la Semana Santa es así. Te rodea, te guarda y te hace preso. Quizás, sin saberlo, en esos siete días, Sevilla sea una gran caja. Quizás, también, hayan sido necesarios estos treinta minutos de aparente claustrofobia, para descubrir toda mi reflexión.

La Semana Santa es tan potente en belleza estética, en arte, en valores dramáticos que, aunque lo mejor sea su contemplación en vivo, son necesarios este tipo de “zamarreones”, para saber lo que tenemos, querer recuperarlo y no abandonarlo en la memoria.

Nuestra más cordial enhorabuena al equipo de producción, guionistas, técnicos y realizadores, por habernos encerrado en esta Caja durante treinta inolvidables minutos. Que Sevilla sepa agradecéroslo. Que ya sería bastante, sobre todo por cómo es Sevilla a veces…

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